15 de noviembre de 2009

Cementerio



Virginia es tan verde como de costumbre, pero nosotras venimos a ver el naranja. Y su contraste con el blanco grisáceo de las tumbas, de las privilegiadas tumbas de esos pocos que encontraron sepulto a la sombra de la llama del gran mártir progresista. Miramos alrededor y sólo hay paz, y silencio, y la misma sensación que se queda en el oído tras un discurso cuidadosamente exaltado.

El guardián de la tumba del soldado desconocido se gira, prepara su escopeta, la coloca, da un paso, otro paso, otro más; se detiene, hace sonar los talones de sus zapatos, mira al frente, más allá del río, hacia el Capitolio, se vuelve a girar. El ritual horario merece la boca abierta de tres filas de un anfiteatro.

Si no fuera porque es todo lo contrario, sería sólo un cementerio más, uno de tantos. Pero Arlington huele a élite, expira grandeza, exalta esa noción de honor institucionalizado que antepone el siempre abstracto bien común a los principios humanos. Y quizá por eso, porque no quiere ser un cementerio más, Arlington me decepciona.

For the Widows in Paradise, For the Fatherless in Ypsilanti - Sufjan Stevens

3 de noviembre de 2009

Comisión



El tribunal toma asiento. Tres miembros -los otros cuatro escucharán otros casos- ordenan los papeles de las denuncias que, años atrás, otros miembros ya retirados etiquetaron como importantes.

Una tras otra, las organizaciones denunciantes desfilan ante su mesa. También lo hacen los Estados: Perú, Argentina, Nicaragua, Chile, Bolivia, Venezuela, Haití. Ninguno quiere que se le acuse, ante el espejo de la comunidad internacional que representa Washington, de vulnerar derechos humanos. Y, al mismo tiempo, todos conocen las extremadas limitaciones del organismo ante el que se presentan.

Pero a los denunciantes no parece preocuparles. Llegan, sueltan su tremendo alegato, perjudicado en la mayoría de los casos por el hecho de juzgarse con un intolerable retraso; y terminan su turno con la esperanza de que el Estado no haga lo que siempre hace: tratar de invalidar sus denuncias con un torrente de datos oficiales. El representante estatal, casi siempre un alto cargo de un ministerio público, apenas toma notas durante la intervención de sus contrarios. Cuando llega su turno, suelta su estudiada perorata, se indigna porque se cuestione la pureza de acción de un gobierno siempre democrático y garante de las libertades, y se encomienda a la imparcialidad de la Comisión. Y cuando todas las cabezas se giran, cuando todas las miradas se dirigen expectantes hacia los tres mediadores, las mismas palabras vuelven a resonar en la sala.

"La Comisión toma nota de las preocupaciones expresadas por ambas partes y se compromete a evaluar en profundidad el caso, y a entregar un informe de seguimiento en los próximos meses".

Entonces, invariablemente, los denunciantes roban a la sala el color de sus ponchos andinos y se dirigen al avión que los devolverá a casa, con la mente puesta en el objetivo de volver a la ciudad de los ejecutivos dentro de cuatro años; para defender, quizá, otra más del montón de denuncias apiladas en sus recónditos refugios de activistas.

Criminal - Fiona Apple