28 de julio de 2009

Regreso



La presión que empieza a nublar mis oídos es la excusa perfecta para no pensar en la despedida, en ese minuto extra frente al control de pasaportes. Me permite concentrarme en esa molestia aséptica, aplazar el bostezo, y encadenarlo con un vistazo al periódico más importante del país que dejo atrás. La sorpresa puede con el resto cuando descubro, firmada por otro periodista, una entrevista que hice hace cinco meses y que creía papel mojado.

No consigo mantener los ojos abiertos durante la película sobre un genio de la música esquizofrénico, y el descenso me obliga a perderme el final. Las uniformes hileras de casas unifamiliares de Georgia se van definiendo, y mi mente intenta contrastarlas con los irregulares tejados de hojalata de San José. Los jóvenes chinos de la cola de inmigración celebran la entrada al capitalismo, pero mi mente aún no se despega de las playas de Manuel Antonio, los paseos por Puerto Viejo, las palomas capitalinas, los perezosos que nunca llegaron, los monos que se escondían, los nombres en la arena, la llum de taula y el llit supletori, la mirada antes de dormir. Los párpados entrecerrados, la noche en la ventanilla, y Washington toma la misma forma de hace seis meses. La misma que entonces me resultó inabarcable, la que parece haberse acomodado a las tranquilas complicaciones de un hogar.

It's Gonna Take an Airplane - Destroyer

18 de julio de 2009

Viaje



Cierro la puerta tras de mí. Sólo he dormido una hora, y mi compañero de casa seguía inmerso en la película bélica que empezó a las 2. Me meto en el taxi; en el de al lado, dos amigas vuelven de fiesta. Me fijo en las casas de mi barrio que aún tienen la luz encendida. Cuento cinco. Se me hace raro pensar que esto queda atrás, que pasaré un control de inmigración diferente. Tres aeropuertos, una decena de colas, unos cuantos bailes de maletas. Me alivia encontrar la mía, aplastada por otras dos. Pienso en esperarte tras el control de aduanas, pero no quiero que te pierdas ese cartel de perezosos. Me siento en la mochila y rastreo, impaciente, las expresiones de tedio de la cola de inmigración. Pero acabas pillándome de improviso cuando sales, y mi ademán de esconderme resulta ridículo. Tan delgado como entonces. Te ríes de mi intento, perfectamente legal, de cambiar dólares por coronas. Nos esperan muchas horas en un taxi, en una estación, en una carretera muy diferente a la última que recorrimos.

El último autobús nos recoge agotados, nos ensordece con su motor asmático, nos moja el pelo. Pero acaba dejándonos allí, en el único lugar donde queríamos estar: una cabaña de madera en plena selva, y sin mosquiteras.

Treehouse - I'm from Barcelona

16 de julio de 2009

Texto


A veces pienso que me pasaría en cualquier sitio, que sólo es fruto de la rutina. De recostarme sobre el mismo respaldo, introducir las mismas claves, perseguir la misma inmediatez con la que ayer hablaba de un hoy que ahora ya no es importante.

Pero dudo que se trate de eso. Las ganas de escribir, algo aletargadas, piden con más fuerza que nunca concretarse, esquivar los abrumadores torrentes de datos para proyectarse en historias diferentes, que signifiquen algo para alguien.

Y aún así, las palabras en la pantalla se alejan de las de mi mente. Echo la culpa al mes abreviado en el editor de texto, a las cuatro líneas de rigor. No te pases nunca de setenta, y no mandes treinta, que son demasiado pocas. No le des tantas vueltas, los perfeccionismos se pelean con las prisas. Precisión máxima en los entrecomillados, en cada párrafo un sinónimo de afirmar.

Quizá debería bastarme con poder escribir. Crear contrastes en blanco y negro, reducir los márgenes, reservar una pequeña libreta en el bolsillo y, poco a poco, línea a línea, seguir matando el vicio de crear.

La contradiction - Coralie Clément

11 de julio de 2009

Seis



La marca en el calendario me ha cogido desprevenida. Pero ahí está, roja, inequívoca: han pasado seis meses desde el día en el que dejé atrás todo lo familiar. Mis compañeros de casa, de clase, de cafés; las calles tantas veces transitadas y las que aún estaban por descubrir; las rutinas que me asfixiaban y de las que disfrutaba.

Hace seis meses, el control de seguridad marcó la despedida de rostros que aún no he vuelto a ver; mientras la mirada miope trataba de enfocar un horizonte inabarcable, inimaginable, desconocido.

Me dirigía a una ciudad pequeña y poderosa, que, sin choques culturales insalvables, se fue haciendo cómoda al tiempo que los bloques de hormigón se iban amoldando a las suelas de mis zapatos.

Estaba convencida de que, en unos pocos meses, sabría señalar con precisión todo lo que los seis mil kilómetros de distancia habían cambiado. Enumerar, evaluar, poner nota.

No hicieron falta muchos intentos para recordar que no sé hacer balances por el camino. Y extrañamente, me alivia comprobar que se me siguen dando mejor las revisiones en retrospectiva, que este café también me lo tomo a sorbos.

Así que, atrapada bajo un edredón nórdico, bebiendo líquidos y más líquidos para ahuyentar una gripe que llegó sin avisar, me regodeo en mi decisión de aplazar el balance. Pese al delirio febril, o tal vez debido a él, se abre paso la sensación de que, esta vez, sacaré buena nota. Puede que, incluso, llegue a ensalzar el sutil gusto del café americano.

Y sin arrancar páginas del calendario, sin notar apenas cómo me muevo, enero y diciembre se van acercando.

January and December - The Wave Pictures