16 de octubre de 2009

Paz



La primera vista de La Paz es espectacular. A las 6 de la mañana, desde lo alto de El Alto, con el frío en la cara y el sol entre las montañas. La ciudad se deprime en el centro, y las cuestas más empinadas son para los barrios más pobres, que forman las laderas de una enorme olla. El naranja de los ladrillos de las casas sin terminar se convierte en una señal inequívoca, a los ojos de todo visitante acomodado, de que éste es otro mundo. Y de que, quizá, es justo lo que buscaban.

Las cholitas pasean orgullosas por la Avenida 20 de octubre, custodian los estrechísimos puestos de la calle, consiguen ascender las imposibles cuestas sin que se les descoloque el bombín.

Sentada en una estrechísima acera, una mujer vende fresas y moras de sorprendente buena pinta pese al humo del tráfico, protagonizado por minibuses cuyo trayecto se pregona a viva voz desde puertas y ventanas abiertas.

Cerca de la aberración estética que es el edificio Víctor, atados de farola a farola, varios gigantescos carteles advierten de que en la próxima calle está prohibido girar a la izquierda. Si lo haces, encontrarás enseguida el único paso de cebra de toda la ciudad, que no inspira más respeto a los peatones que los caóticos cruces.

Me pierdo sólo una vez entre pintadas y más pintadas que piden a Evo de nuevo, y, al dar media vuelta, la agradable bajada se convierte en una estrangulante subida que sólo se detiene ante el rostro ajado de una mujer, que aparenta cincuenta y debe tener treinta y pocos, que reorganiza el puesto en el que vende desde bolígrafos hasta caramelos; siempre en el mismo lugar, a escasos metros de otro exactamente igual.

Al final, acabo en lo más parecido a un café americano que hay en la ciudad. Entre círculos con la cucharilla y páginas del libro, lo occidental de su clientela y el marrón de la decoración acaban de difuminar el azul eléctrico del lago Titicaca, la falta de oxígeno al tratar de alcanzar a las llamas, lo reconfortante de la sopa de quinoa y el amanecer a 4.000 metros. Como todo en este fugaz vistazo a Bolivia, se convierten en pinceladas que, desde la comodidad del norte, se reproducirán como los episodios desordenados de un sueño borroso. En el que, por mucho que quieran, sólo llegarán a ser el escenario de fondo de todo lo verdaderamente importante.

South America - Shout Out Louds

6 de octubre de 2009

Otoño



El otoño es mi estación favorita. No lo ha sido siempre, no recuerdo cuándo empezó a serlo. No es la más popular, ni la más esperada por nadie. Y aún así, sonrío con el crujido de las hojas, con el rojo eclipsando al amarillo en el reinado del naranja. Con sacudirme el calor y acurrucarme en la gabardina, y aceptar un nuevo comienzo, sea el que sea, esté preparada o no. Como cada octubre, la lluvia que retumba en el tejado se debilita poco a poco y me deja intuir, con mi siempre atrofiado olfato, el aroma a cambio. Y en mi primer otoño a este lado del Atlántico, tomo el viento del norte como una señal, y la alfombra marrón como el principio del camino.

When The Leaves Come Falling Down - Van Morrison