Nadie conocía la verdadera historia de Martín.
Su cara era la más cotizada en la gran pantalla, y los programas desteñidos se desvivían por revelar los secretos de su éxito. Él no tenía problema alguno en llenarles los platós de historias.
Atendía preguntas impertinentes con la más irreprochable cortesía, deleitaba al público de sobremesa con sus escarceos y desengaños amorosos, y alimentaba los sueños de divorciadas, solteronas y casadas con descripciones milimetradas de su mujer ideal, aquella de la que esperaba enamorarse locamente algún día.
Si la espectadora tenía la suerte de encender la televisión en uno de los días nostálgicos de Martín, podía incluso escucharle hablar de su gran amor perdido, el que se le escapó con un viento de abril y le condenó a una serie de romances frustrados por la comparación, a una retahíla de fracasos orquestados en la sombra por aquella mujer a la que ninguna había conseguido igualar.
Si la espectadora tenía la suerte de encender la televisión en uno de los días nostálgicos de Martín, podía incluso escucharle hablar de su gran amor perdido, el que se le escapó con un viento de abril y le condenó a una serie de romances frustrados por la comparación, a una retahíla de fracasos orquestados en la sombra por aquella mujer a la que ninguna había conseguido igualar.
Luego, horas después de entretener al equipo del programa con su encanto de dandi y de agenciarse otro suculento pago en concepto de intimidad, traspasaba de puntillas el umbral de su casa de lujo, se quitaba los zapatos de diseño y trazaba el sigiloso camino hasta aquellos otros pies, los que le esperaban gélidos en la enorme cama, en el extremo opuesto a los rulos y la crema de noche.
La abrazaba despacio, con la más delicada de las ternuras, con los brazos entrelazados en una caricia imperceptible.
A veces, cuando no volvía muy tarde, y justo antes de dormirse, llegaba a escuchar sus susurros.
"Hoy lo has hecho muy bien, cariño. Qué orgullosa estoy de ti".
Ooh La La - The Faces