15 de noviembre de 2009

Cementerio



Virginia es tan verde como de costumbre, pero nosotras venimos a ver el naranja. Y su contraste con el blanco grisáceo de las tumbas, de las privilegiadas tumbas de esos pocos que encontraron sepulto a la sombra de la llama del gran mártir progresista. Miramos alrededor y sólo hay paz, y silencio, y la misma sensación que se queda en el oído tras un discurso cuidadosamente exaltado.

El guardián de la tumba del soldado desconocido se gira, prepara su escopeta, la coloca, da un paso, otro paso, otro más; se detiene, hace sonar los talones de sus zapatos, mira al frente, más allá del río, hacia el Capitolio, se vuelve a girar. El ritual horario merece la boca abierta de tres filas de un anfiteatro.

Si no fuera porque es todo lo contrario, sería sólo un cementerio más, uno de tantos. Pero Arlington huele a élite, expira grandeza, exalta esa noción de honor institucionalizado que antepone el siempre abstracto bien común a los principios humanos. Y quizá por eso, porque no quiere ser un cementerio más, Arlington me decepciona.

For the Widows in Paradise, For the Fatherless in Ypsilanti - Sufjan Stevens

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