7 de abril de 2009

Juego



Una de mis compañeras de casa ha hecho una apuesta con una amiga suya. La que primero llegue al peso óptimo para exhibirse en biquini (los kilos exactos no los ha especificado) tendrá que invitar a la otra a cañas durante un mes. Así se obliga a ir al gimnasio, dice, porque es tan competitiva que no puede permitirse perder la apuesta.

No es la única. En este país, los juegos van muy en serio. Mucho. Y si, por un casual, una extranjera torpe decide unirse alegremente a un juego de equipo, la catástrofe es previsible. Yo lo sabía. Pero mi primera fiesta casera no iba a ser lo mismo si no aprendía a jugar a flipcup. Conseguir poner del revés un vaso de plástico con un golpe seco en la base, antes de que el siguiente del grupo pueda empezar a beber. Parecía sencillo. Pero una decena de intentos después, entre gritos de ánimo y desesperación, el vaso sigue sin querer cooperar. La mesa se va vaciando, y cuando quiero darme cuenta, sólo quedan los españoles. He conseguido que los yankees se rindan. Y no oculto mi orgullo: no creo que mucha gente pueda decir lo mismo.

Como si de una afición se tratara, intento prolongar mi ineptitud lúdica. Muestro interés en aprender a jugar a beerpong, pero los armarios que han venido al bar a ver las semifinales de la Final Four universitaria parecen anticipar que voy a fallar. Ellos se lo pierden.

El billar me espera, y este sí es un juego conocido, con reglas familiares, aunque lleve años sin jugar. Por supuesto, sé que voy a perder, pero esta vez la derrota no será estrepitosa. Salvaré mi dignidad.

Las bolas lisas van entrando, y pronto queda sólo la negra y todas las rayadas menos una, colada por mi contrincante en un error de cálculo. Patético. Mientras me río de mi misma y rememoro los fallos estelares, me permito confesarme que, esta vez, esperaba al menos un empate.

Preparo de nuevo la mesa, y me repito que esto no es lo mío. Pero ya es tarde: la competitividad yankee me ha contagiado. He entrado en el juego; y es inútil tratar de averiguar cuántas veces necesitaré errar el ángulo de disparo antes de darme cuenta de que, definitivamente, no estoy hecha para competir.

Segundo premio - Los Planetas






1 comentario:

  1. con leche y un croissant (sin cubiertos...) dijo...17 de abril de 2009, 4:51

    Vuelvo por la cafetería...

    Profundos los 2 posts anteriores, y en mi humilde opinión sí son literatura, corta y directa, sólo hay que tener la sintonía adecuada para captarla.

    La competitividad no es exclusiva de nadie y menos de tus vecinos yankees. Miro a mi alrededor y veo que todos competimos a cada momento en todos los ambitos, en todos. Y en mi opinión, nuestro mayor competidor lo tenemos muy muy cerca y es uno mismo. De ahí vienen luego los miedos a competir y a perder ¿contra uno mismo?


    buenos días, hoy me voy sin pagar...

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