17 de agosto de 2009

Norte



La música de mi iPod se mezcla con la explicación del guía, un trotamundos de 70 años que trató de aliviar su frustrado sueño de ser actor con incontables sellos en su pasaporte. Con el pelo amarillento pegado sobre la frente y una marcada erre de ruso, deletrea los conceptos indígenas que dieron nombre a cada uno de los estados que cruzamos en esta ruta hacia el norte. El verde del campo me pierde en pensamientos inconexos, que acaban por reencontrarse para replantearme lo que queda atrás; mucho más atrás de los rascacielos, los ríos salados y las cataratas urbanas. Poco a poco, el sueño de dos días me va venciendo, y mis párpados sólo dan tregua ante la hilera de casas unifamiliares de un pueblo sin nombre, con sus banderas en los porches y sus vistosos concesionarios de segunda mano.

Desde la proa del barco, el rugido de las cataratas es más débil de lo esperado. Me esfuerzo en lograr la foto perfecta, en inmortalizarnos con nuestros gigantescos chubasqueros azules. Pero el objetivo de la cámara se va empañando, y dispersa cada vez más los tonos de blanco.

Y sólo queda agua, vapor, lluvia, volando sobre nosotros, empapándonos la cara.
Y ojos cerrados con fuerza, y gritos. Y sonrisas.

Canadian Girl - The Walkmen

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