12 de agosto de 2009

Visita



Lo recuerdo como si fuera ayer. Era mi cumpleaños, el noveno o el décimo, y ella no iba a pasarlo conmigo. Tenía un viaje a Sevilla, no sé si de ocio o de negocios, poco importaba. Se lo reproché hasta el infinito y más allá, y, haciendo gala de un rencor que espero no haber aplicado más que esa vez y aquella otra que me sentó mal la paraguaya, se lo seguí recordando años más tarde.

Esa fue la única excepción. El resto de cumpleaños arrancaron con las canciones de su niñez gallega al despertar, miles de besos y abrazos para empezar el día y una tarta de chocolate con fondo de azulejos setenteros para almorzar.

Pero esta vez, fui yo la que falté a la cita, y sus intentos de cambiar el escenario de fondo en la fotografía no lograron concretarse.

Así que pasaron siete meses, e intentamos sustituir con llamadas las tardes de series, las noches de charlas, las mañanas de café soluble. Yo echaba de menos su sentido del humor, la expresividad de sus ojos, las palabras en las que tan poco confía; y ella me llamaba desde el cuarto que he habitado desde que tengo memoria, convertido en improvisado estudio.

Por eso, cuando se acerca la fecha señalada, garabateo su apellido, en parte para cumplir mi inexplicable sueño de esperar a alguien en un aeropuerto con un cartel. Me planto en el pasillo de salidas, y espero hasta ver llegar a la tropa que ha cruzado el Atlántico. Y me emociono con la sonrisa de mi hermano, la energía de mis tíos, la alegría de mis primos. Pero las lágrimas no llegan hasta que la abrazo a ella, y me confiesa que, pese al viaje y el cambio horario, no está nada cansada.

Mama - Stephen Malkmus

3 comentarios:

  1. interesante el blog, me agrado leer vuestras lineas os invito a que paseis a verme por el mio cuando lo deseis... Un Saludo desde esta orilla del charco.

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  2. Uff... casi me hace llorar el post...

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  3. Joder... yo estoy llorando.

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