30 de septiembre de 2009

Aeropuerto



Siempre me ha fascinado lo evidentes que se hacen las soledades en los aeropuertos. Quizá sea el efecto conjugado de los interminables pasillos, el escrutinio de las autoridades, las miradas que se cruzan por un segundo y la expresión lánguida de los solitarios, que contemplan a las parejas que se abrazan en la cola de embarque. Con tres horas de sueño y la mente aún nublada por la víspera, todo esto parece hacerse más evidente. Me pregunto cuántos escritores habrán encontrado inspiración en este escaparate del mundo en reposo. Escucho música en un idioma que no entiendo del todo, reservando las palabras más bonitas para amoldarlas a un inestable estado de ánimo. Releo palabras que me provocan sensaciones contradictorias, que me presionan el pecho y me regalan alegrías efímeras. Me doy cuenta de que me encuentro en un momento clave. Quizá demasiado. Y mientras termino de escribir un texto que seguramente perdería toda cohesión si lo leyeran ojos más despiertos, me remito a la soledad del aeropuerto, esa que siempre me lleva a alguna parte sumida en una espera aletargada. Y en cuyo aplazamiento de la rutina, de las decisiones, de los momentos clave, me siento cada vez más arropada.

Ticket to Ride - The Beatles

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