11 de julio de 2009

Seis



La marca en el calendario me ha cogido desprevenida. Pero ahí está, roja, inequívoca: han pasado seis meses desde el día en el que dejé atrás todo lo familiar. Mis compañeros de casa, de clase, de cafés; las calles tantas veces transitadas y las que aún estaban por descubrir; las rutinas que me asfixiaban y de las que disfrutaba.

Hace seis meses, el control de seguridad marcó la despedida de rostros que aún no he vuelto a ver; mientras la mirada miope trataba de enfocar un horizonte inabarcable, inimaginable, desconocido.

Me dirigía a una ciudad pequeña y poderosa, que, sin choques culturales insalvables, se fue haciendo cómoda al tiempo que los bloques de hormigón se iban amoldando a las suelas de mis zapatos.

Estaba convencida de que, en unos pocos meses, sabría señalar con precisión todo lo que los seis mil kilómetros de distancia habían cambiado. Enumerar, evaluar, poner nota.

No hicieron falta muchos intentos para recordar que no sé hacer balances por el camino. Y extrañamente, me alivia comprobar que se me siguen dando mejor las revisiones en retrospectiva, que este café también me lo tomo a sorbos.

Así que, atrapada bajo un edredón nórdico, bebiendo líquidos y más líquidos para ahuyentar una gripe que llegó sin avisar, me regodeo en mi decisión de aplazar el balance. Pese al delirio febril, o tal vez debido a él, se abre paso la sensación de que, esta vez, sacaré buena nota. Puede que, incluso, llegue a ensalzar el sutil gusto del café americano.

Y sin arrancar páginas del calendario, sin notar apenas cómo me muevo, enero y diciembre se van acercando.

January and December - The Wave Pictures

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