31 de diciembre de 2009

Final



El regreso será el de una persona diferente, a un entorno cambiado y en unas circunstancias distintas. Al menos, ese era el plan. Ahora mismo toda esa racionalización de mi desarrollo personal me parece absurda, y sólo creo en dejar que esta historia se escriba, y que vaya escribiendo sobre mi.

Comienzo (Café Americano, 10/01/09)

Me cuesta arrastrar mis tres maletas de dimensiones dinosáuricas por los estrechos caminos excavados en toneladas de nieve. De hecho, tengo que dejar una de ellas atrás mientras hago aspavientos para parar un taxi; con un ojo puesto en cada lado de la calle, por si acaso los más malosos de la ciudad no hubieran tenido suficiente con robarme la bici. Mis ocho capas de ropa y mi arte para transportar el exceso de equipaje parecen hacerle gracia al taxista, que decide que el viaje es el momento indicado para analizar la vergonzosa situación económica de su Jamaica natal, en un inglés agarrotado que sólo me permite entender los know what I mean que intercala. Le digo que sí, que lo sé, que es todo terrible. Ni se me ocurre confesarle que ahora sólo tengo ojos para el Monumento a Lincoln que descubrí en abril, el Memorial Bridge que atravesé junto a moteros en mayo, el cementerio de Arlington que se escondió hasta noviembre y el Potomac, que siempre ha estado ahí, inalterable, rotundo como su nombre.

Cuando la interminable espera en el aeropuerto deja de desesperarme y puedo por fin ocupar uno de los asientos claustrofóbicos que me descubrieron el Atlántico a la ida, trato sin éxito de acomodarme, saco mi libreta-guía de Washington y me decido a anotar cualquier recuerdo disperso del año en las muchas páginas en blanco que le quedan. Estoy segura de que lo reflejarán mucho mejor que ningún texto meditado y masticado en el blog. Pienso en aquellos primeros días de comienzos dubitativos, de nervios en la oficina, del miedo a ser lenta, de los 47 intentos para grabar mi primera crónica de radio; y me cuesta hilarlos con las sensaciones del último mes, de verme como una más, de estar como en casa y sentirlos como familia. Mi familia del otro lado del Atlántico; la que me corrigió los errores y me inspiró a ser mejor, pero también la que me compró tarta en mi cumpleaños y me cargó de consejos en diciembre.

Detrás de mí, a unas dos filas de distancia, hay un niño que llora. Es un vuelo transatlántico; no podía faltar. Pero ya ha me ha distraído de mis propósitos de hacer balance como cinco veces, y como resultado, la libreta sigue en blanco. El avión se tambalea: entramos en turbulencias. Desisto. Así no se puede. Cierro la libreta y los ojos. En realidad, pienso, la familia también estaba lejos de la calle 14; en mi barrio, aunque no en mi casa. La despedida ha sido inolvidable, y los dos últimos meses, los mejores. Supongo que siempre pasa lo mismo.

La definición global se me está escapando, y ni siquiera sé si quiero atraparla. Este ha sido el año de la búsqueda. No sé si he encontrado lo que perseguía, porque nunca he sabido señalarlo. Pero sé que no he dejado de buscar. A veces a tientas, a veces demasiado consciente. Constantemente. Puede que algún día pueda explicar lo que he encontrado, o puede que no. Puede que, como ha ocurrido con este blog, que vio frustrado su sueño de convertirse en crónica actualizada de mis vivencias, nunca logre acompasar los recuerdos en la libreta y vaya comprendiéndolos sólo a cuentagotas, a destiempo. Como se comprende lo extraordinario.

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En los versos que alguien imprimió en las paredes de la abismal salida del metro de Dupont, Walt Whitman hablaba de una experiencia dulce y triste. Era 1876 y el poeta escribía sobre la guerra, la desolación extrema de la destrucción humana.
¿Por qué era dulce, entonces?

Porque todos los recuerdos lo son.

The District Sleeps Alone Tonight - The Postal Service

1 comentario:

  1. Que puedas plasmar (o no) la búsqueda es lo de menos. Todo esto ha sido una ventana indiscreta, con unos pocos privilegiados espectadores. Y lo que has encontrado es sólo tuyo.

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