
No he hablado aún de la plaza McPherson. En ella se produce el mayor misterio que he podido encontrar en esta ciudad sin misterios. Cuando la cruzo por las mañanas, está vacía, limpia, con la estatua del general en el centro; perfectamente acorde con el entorno solemne que rodea la Casa Blanca. Pero al volver a atravesarla de noche, al salir del trabajo, me toca esquivar plumas y picos que persiguen pedazos de pan. No sé dónde se esconden por el día, ni por qué pasan la noche allí, en una plaza sin estanque y rodeada de tráfico. Pero la plaza McPherson es, para el resto del año, la plaza de los patos.
Cámara de fotos en mano, esquivo la multitud uniformada de la calle 14. Me impresiona andar por la calzada y no ver más que las caras de la gente, de los niños subidos a los hombros de sus padres, con la bufanda hasta la nariz y la ilusión contagiada de eso que todos quieren, eso que necesitan y que por fin va a llegar.
Cuando salgo de trabajar, el desfile no ha terminado, y las calles principales están cortadas. De nuevo hacia la plaza de los patos, me acompaña el olor a fritanga de los puestos que llevan 12 horas abiertos, y los gritos de los vendedores, ansiosos por deshacerse de los carteles, camisetas y chapas restantes a precio de ganga.
Los patos han vuelto. De los activistas, en cambio, sólo queda la basura. Eso sí, la carpa de souvenirs se mantiene en pie, triunfante, entre el bullicio de la calle K.
Para él, el día no ha terminado. Desde el escenario de uno de los bailes inaugurales, con la misma soltura que Billy Crystal en una ceremonia de los Oscars, se dirige a través de la televisión nacional a un grupo de soldados en Afganistán. Aplaude a los que son, como él, fans de los Sox; bromea y desata risas y ovaciones. Llega el momento romántico, y ella, en un largo vestido blanco, se reúne con él mientras suenan los primeros compases del mejor tema de Etta. "Por fin ha llegado mi amor, se acabaron los días solitarios".
Con el "God bless the United States of America" de la despedida, me pregunto si soy la única que ha notado ese olor a viejo. Entre las promesas de cambio, detrás del patriotismo, a la derecha del panfleto. Por un momento.
At Last - Etta James